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El método marxista (1)


Aunque es ya casí un cliché afirmar que el marxismo ha muerto y nada nos puede aportar en cuanto conocimiento, lo cierto es que la esquemática marxista es una de las más ricas, sistemáticas y fructíferas al momento de analizar un hecho social complejo. En este artículo detallamos las líneas generales de ese método que Marx usó para explicar el capitalismo.





La teoría histórica del marxismo, conocida comúnmente como materialismo histórico, siempre ha puesto especial énfasis en que lo que impulsa y mueve el desarrollo de la historia humana son las condiciones materiales de la existencia. Como se sabe, esta perspectiva fundamental en la analítica marxiana surge como una crítica a las concepciones idealistas de la filosofía clásica alemana que veían en el desarrollo de las ideas y en la evolución de la conciencia el factor determinante de la evolución histórica. Fue Marx es el primer pensador que supo sintetizar y sistematizar, aunque no el primero en reconocer, que al contrario de lo que formularon lo idealistas alemanes, no son las ideas y las concepciones de los hombres las que los mueven a actuar e influir sobre la realidad, sino que son las condiciones sociales reales, las contradicciones económicas y los problemas político-sociales que surgen en cada coyuntura histórica, las que producen en las cabezas de los hombres las ideas y teorías que buscan resolver los conflictos que emanan de su vida material.


En este sentido, las ideas de la moral, la política, la religión, la filosofía, etc., no son sino productos de hombres actuantes en un específico contexto histórico y en una particular forma de sociedad. Todas las concepciones y representaciones espirituales son elaboraciones ideales de relaciones materiales que los hombres mantienen entre sí, son la manifestación de su proceso de vida social. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. De lo cual resulta que el análisis de las ideas y concepciones de los hombres –toda teoría e ideología- deben ser contrastadas con los hechos reales concretos, con la forma en que actúan, influyen y se desenvuelven en su actividad práctica en la sociedad. Lo ideal debe comparecer ante lo material; es decir, toda teoría o ideología tiene un status de objetividad siempre y cuando se encuentren engarzadas con las necesidades y los intereses que a los hombres se les plateen en cada fase y desenvolvimiento de su praxis social. Podemos hablar así de su racionalidad, racionalidad histórica(1), por supuesto.

Ahora bien, en La ideología alemana Marx señala como primera premisa de la historia la consideración de que el hombre, para subsistir, debe producir los medios indispensables para satisfacer sus necesidades y reproducir, con ello, su existencia misma. De este hecho natural y primigenio atribuible sólo a la especie humana se desprenden otras premisas que forman otros tantos factores en el desarrollo, en primer lugar del hombre mismo y, en segundo, de la expansión y conservación de su vida en sociedad. En efecto, al elaborar los medios indispensables para satisfacer las necesidades más inmediatas y esenciales, los hombres van creando a la par nuevas necesidades que dejan tras de sí la bruta, simple y grosera necesidad natural para abrirse paso la rica y polimórfica necesidad humana, esto es, la necesidad como un resultado de una actividad humano-social.

La forma del goce y de la apropiación del objeto es mucho más restringida y unilateral cuando el ser humano no ha llevado a cabo una transformación tendiente a humanizar el objeto mismo. Humanizar la realidad, realizar la objetividad, significa desvelar el objeto en sus múltiples determinaciones y, por ende, enriquecer la forma de apropiación de los objetos, de los entes. Cuanto más el ser humano despliega los aspectos contenidos en las cosas, cuanto más la realidad es capaz de ser apropiada de múltiples maneras, más el hombre desarrolla también las potencialidades que le son inherentes. Para el animal, el objeto forma parte de su ser natural; aquí animal y objeto forman parte de una misma actividad; el objeto es objeto de consumo inmediato, sirve para satisfacer el impulso inmediato del deseo natural, instintivo, y asegurar su propia existencia. Por el contrario, como ya lo demostró Marx (2), el hombre produce aun libre de toda necesidad natural, no se comporta hacia el objeto sólo como objeto de su deseo, sino que asume otras maneras de apropiárselo: la actividad científica, artística, la actitud contemplativa y estética son algunas formas humanizadas de relacionarse con la realidad. El descubrimiento de distintos aspectos de las cosas así como su forma de apropiación, sea cual sea su forma, es también un proceso histórico.

El incremento de las necesidades y la consiguiente producción de los medios indispensables para satisfacer éstas, trae consigo el que los hombres superen la simple actividad individual y la cooperación restringida y unilateral –tribus, fatrias, aldeas, comarcas, etc.- por una cooperación social tendiente a la universalidad. Al principio la cooperación entre los hombres para satisfacer determinadas necesidades es muy limitada, pero crece conforme aumenta la cantidad y capacidad del trabajo humano orientado a la transformación y adecuación de la naturaleza. Cuanto más se apropia el hombre de múltiples formas a la naturaleza, más crecen sus necesidades y las formas de relación y cooperación entre los mismos individuos para satisfacer, administrar y repartir la necesidad humana. A cada etapa histórica corresponde, pues, una determinada forma de cooperación que actúa como uno de los tantos elementos que integran las fuerzas productivas sociales.

La cooperación entre los hombres para resolver y crear específicas necesidades provoca también el perfeccionamiento de los instrumentos de trabajo mediante los cuales los hombres intercambian sus energías y destrezas con la naturaleza para transformarla y adecuarla a sus objetivos y fines. El instrumento de trabajo aparece en la analítica marxista del trabajo en general como uno de los elementos más importantes de la fuerza productiva. La herramienta, cualquiera que sea su modalidad histórica, potencia y expande la natural fuerza de trabajo del hombre y hace más sencillo y perfeccionado el proceso para elaborar los objetos destinados al consumo humano-social.

Por tanto, los hombres al producir sus medios de existencia se ven en la necesidad de relacionarse y cooperar entre sí. En su forma simple, la cooperación resulta ser sólo el conglomerado de los distintos individuos encaminados a satisfacer sus necesidades elementales. El primer tipo de cooperación es, en primera instancia, una masa amorfa en la que los individuos que la componen realizan actividades idénticas o bien con un poco grado de especialización; ello se debe a una deficiente incorporación de la fuerza de trabajo humana a la transformación de la naturaleza y a un desarrollo inferior de la técnica y de la fabricación de instrumentos que expandan su fuerza de trabajo; por consiguiente, los hombres se relacionan de manera inmediata con la naturaleza; satisfacen sus necesidades naturales de manera natural, es decir, su relación con la naturaleza no es aún mediada y transformada por la acción del trabajo humano, y en caso de existir, es mínima.

Si la capacidad productiva es muy restringida como ocurre en las comunidades primitivas, las necesidades son escasas y pobres y se necesita un número pequeño de individuos para llevar a cabo las actividades propias para el sostenimiento del grupo. Asimismo, la división del trabajo no es todavía muy pronunciada y ésta se lleva acabo de manera también natural. La mujer debe procrear y resguardar a los hijos, el hombre es cazador, pescador o recolector y debe proveer los insumos necesarios para la comunidad. A partir del neolítico, cuando el hombre se aferra a la tierra y se convierte en sedentario, las técnicas de producción, sobre todo las agrícolas, se van perfeccionado con respecto al período anterior. La vida sedentaria empuja el establecimiento de comunidades más numerosas integradas por varias tribus. Al crecer el número de individuos que integran una comunidad, al perfeccionarse las técnicas de caza y cultivo, crecen también las necesidades. Esto permite con el tiempo el florecimiento de los pequeños estados, y conforma éstos van evolucionando, se crean los grandes reinos. Antes de la cultura griega ya existían civilizaciones que habían alcanzado un alto grado desarrollo espiritual y material: los pueblos sumerio, acadio, caldeo y asirio, fundadores de las ciudades de Ur, Uruk, Lagsh, Unuma, Kish, donde se inicia la historia antigua, dejan constancia de ello.


Conforme se desarrolla la producción y aumenta el nivel de las fuerzas productivas, se
genera una especialización y ramificación cada vez más pronunciada en la que los individuos aparecen como un sólo sujeto con una gran extensión de miembros capaces de realizar todas las actividades que por sí solos no podrían llevar a cabo. Este sujeto que resulta de la unión de todos los productores no es sino la sociedad misma en la que cada uno de sus miembros realiza una tarea específica destinada a satisfacer las necesidades del conjunto. Ya Platón señalaba con gran acierto que los estados nacen cuando los individuos son incapaces de producir todos los objetos que les son necesarios, por lo que consideran mejor dividirse las actividades que les sería imposible llevar a cabo solos. La sociedad se muestra, por consiguiente, como una trama de relaciones e interconexiones, de un ir y venir de objetos y hombres, que al igual que el flujo sanguíneo en el cuerpo humano, refluye incesante de un lado a otro abarcándolo y recorriéndolo todo.



1. Para una mejor comprensión del concepto de racionalidad histórica consúltese la obra de Humberto Cerroni: Introducción al pensamiento político, Siglo XXI, México, 1999.

2. “Cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas,, como las abejas, el castor, las hormigas, etc. Pero produce únicamente por mandato de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal forma únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece, mientras el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe imponer al objeto la medida que le es inherente”. Marx, Karl, Manuscritos de economía y filosofía.



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Lo racional y lo razonable en Luis Villoro




La caracterización que hace Luis Villoro entre lo “racional” y lo “razonable” es una crítica dirigida al pragmatismo y al universalismo formalista al dar cuenta de la acción a realizar cuando se busca llegar a un acuerdo o fin requerido. En este sentido, abogar por fundamentos que sean razonables dependiendo de la acción en la que se sitúa el fin a perseguir, es esencial para ponerle un freno al pragmatismo cínico que sólo mira a los medios, sin importar si son éticos o no, con la sola intención de poder concretar un fin. También contra la razón arrogante que en su estrecho formalismo deja de lado el momento situacional de la acción, que trata de imponer una sola verdad o directriz subsumiendo los diversos puntos de vista o alternativas que figuran en toda argumentación, en toda acción humana que tiende a un fin universal.


Es evidente que esta distinción se encamina sobre todo a los planteamientos éticos y políticos que en la actualidad acucian al mundo globalizado. Por un lado tenemos el sentido universalista de la “globalidad” que impone una visión y forma de relación social y económica única, con pretensiones de universalidad pero que de facto es una simple imposición de intereses multinacionales. De otro lado, el llamado posmodernismo, que al tirar al saco rato los valores universales y abogar por el relativismo a ultranza cae en un pragmatismo cínico, que como bien señala Villoro, nos conduce al conformismo y la apatía generalizada.


Hace falta diseñar una nueva concepción de discurso racional, precisamente como un discurrir entre diversas razones que se vuelven racionales en tanto aspiran a realizar valores universales, y para escapar del lastre del formalismo, que mire y atienda a la situación concreta en que se expresan dichas razones. Esta reflexión de Luis Villoro es muy iluminadora en cuanto nos da los lineamientos para poder conformar esta racionalidad discursiva. En un momento histórico en el que los extremismos son fuertes enemigos a vencer, es más honesto apostar por un discurso dialógico, incluyente, plural y falseable que nos permita comprender al otro desde su propia posición.


Epistemológicamente es también fundamental entender que la realidad se nos presenta siempre fragmentada, nunca es absoluta la manera en que la conciencia aborda al mundo, y su comprensión resulta desde el lugar en que se sitúa el sujeto cognoscente. El objeto, sin caer en el perspectivismo, es siempre un objeto dado desde una referencia vivencial, no es simple perspectiva, es una determinada situación existencial mediante la cual tenemos acceso al ser de las cosas. Esta situación bien puede interpretarse como las “razones” a las que alude Villoro. Por eso el mundo, la realidad, el objeto, las cosas no son simples perspectivas, porque no son puros fenómenos de contemplación, sino que son resultado de cierta praxis, de cierto modo de vivirlas y encararlas en el actuar.


Quien sólo afirma absolutos se sitúa fuera del mundo e impone una medida al mismo desde la luz de su idealidad abstracta. Quien sólo se ciñe al dato empírico absolutiza el hecho, eterniza el instante y vuelve universal lo que es únicamente un momento del proceso del ser o del actuar.


Es importante ampliar los puntos que nos ha dado Villoro en esta sucinta exposición de una racionalidad polifónica. Personalmente me ha dejado muchas ideas que reflexionar y me permite comprender más el especial momento histórico en el que nos encontramos. Aunque breve, hay mucho que cosechar y germinar en el discurso pluralista del doctor Villoro.