0

El método marxista (2)


Continuamos con las líneas generales del método marxista..


De todo los expuesto en la anterior entrada podemos extraer cinco consecuencias importantes: 1) que en cualquier organización humano-social siempre existe una determinada forma de cooperación; 2) esta cooperación produce una diferenciación en el interior del proceso de trabajo, es decir, una división social de la actividad productiva; 3) esta división establece determinadas relaciones entre los hombres, relaciones sociales de producción, que dependen del tipo de apropiación o usufructo de lo producido así como del tipo de propiedad que ejerce sobre todas aquellas condiciones que hacen posible el proceso productivo, los medios de producción; 4) la misma cooperación supone un específico grado de desarrollo de la técnica y la industria y, a su vez, ésta tiene como reverso una particular fase de intercambio de los productos; 5) la cooperación, además de ser un proceso social, es también un proceso natural de intercambio y relación entre el hombre y la naturaleza ya que es sólo en la apropiación y transformación de ésta como el hombre puede objetivarse y reproducirse a sí mismo.


Estos cinco puntos han sido sintetizados por Marx en la categoría analítico-comprensiva denominada modo de producción. Un modo de producción denota, pues, un ciclo histórico en el que se encuentra una específica cooperación, división del trabajo, relación de los hombres entre sí con la naturaleza y un tipo de desarrollo técnico, industrial y de intercambio. Sin embargo, el concepto de modo de producción no se agota con estos elementos, puesto que también entran en él los valores y creencias que los hombres se forman respecto a su proceso material de vida, la superestructura política que reproduce, asegura, y cohesiona a todo el conjunto, así como una base o sustento que está representada por la estructura económica.


En síntesis un modo de producción está integrado por una estructura económica, una estructura jurídico-política y una estructura ideológica. En la estructura económica lo determinante son las relaciones sociales de producción y, a su vez, la estructura económica es la que determina tendencialmente a las otras dos. En la definición clásica, la estructura económica forma la base o estructura de toda sociedad, mientras que las estructuras ideológica y jurídico-política formarían la superestructura. Nos interesaba recalcarlo aquí, porque este estudio se mueve al interior de la superestructura, principalmente de la filosófico-ideológica, pero teniendo en cuanta las otras dos.


Ahora bien, en el análisis de las elaboraciones filosóficas es importante tener en cuenta el grado de desarrollo de las fuerzas productivas sociales y, por consiguiente, el grado de potencialidad de la fuerza de trabajo humana para transformar y adecuar a la realidad. En la gnoseología del marxismo se destaca el hecho de que la producción de conocimientos resulta de la interacción dialéctica entre el sujeto y el objeto. Aquí el sujeto no es otro que el hombre en sociedad tomado en un punto de su desarrollo histórico, tal y como las condiciones socio-históricas lo determinan a ser; no es, por consiguiente, el sujeto aislado, res cogitans o conciencia trascendental tomados abstractamente; el objeto a transformar y conocer es la realidad o naturaleza que abarca tanto el microcosmos como al macrocosmos, a lo psíquico y a lo físico, a lo sensible e ideal. Tomando los dos polos de esta relación, el sujeto opera una transformación material, no sólo ideal o cognoscitiva sobre el objeto, pero al transformar al objeto el mismo sujeto se transforma a sí mismo. El ser humano es un ser social -un zoon politikón en la definición aristotélica tradicional-, pero es al mismo un ser natural-sensible; al transformar la naturaleza transforma su propio ser, puesto que él mismo es un ser natural, y esta transformación se da a partir de su relación con otros de su misma especie en sociedad, desde un punto en específico de su desarrollo social e histórico: sujeto-objeto están estrechamente ligados, y la transformación de algún aspecto de alguno de ellos inmediatamente lleva a una ulterior transformación del otro.


La praxis es la categoría clave para entender la actividad propia del hombre como ser creador y transformador de la realidad, en una relación de amo y criatura, causa y efecto. La transformación de la naturaleza es teórico-práctica o espiritual-material; la naturaleza, la realidad, objetividad, no sólo es asimilada por el hombre teóricamente o espiritualmente, sino transformada materialmente; esta doble vertiente de la asimilación y aprehensión (aspecto teórico o espiritual) de la realidad no se encuentra desligada, en el proceso cognoscitivo, de su transformación y adecuación por parte del hombre. Todo análisis teórico se atiene a la estructura de los entes tal y como éstos se presentan al investigador; pero su aprehensión parte ya de un mundo humano o humanizado por el hombre mismo, con lo que el resultado de la actividad científica y teórica se encuentra ya mediada por la transformación de la naturaleza llevada a cabo por los hombres en sociedad. Sólo de manera abstracta se pueden separar teoría y práctica; la adecuación material de una sustancia y su conocimiento forman parte del proceso integro de la praxis humana. En la praxis[1]convergen los dos momentos esenciales del conocimiento: sujeto-objeto y, al mismo tiempo, los dos momentos esenciales de la relación entre hombre y naturaleza: a) momento espiritual: cognoscitivo-científico, contemplativo y estético y b) momento de práctica material sobre un objeto: apropiación, transformación y adecuación material de acuerdo con las necesidades humanas a partir de la consistencia del objeto mismo.


El objeto, la naturaleza, tiene supremacía lógica y ontológica[2]; la naturaleza no es creada por el hombre, pero tampoco es ya de por sí lo que es; que la naturaleza tiene anterioridad lógica y ontológica con respecto al hombre quiere decir que el sujeto, el ser humano, necesita de un objeto para llevar a cabo su actividad, sea esta material o espiritual: El ser humano para saber lo que es necesita primero convertirse en objeto, objetivarse en la realidad; y para conocer lo real necesita transformarlo, adecuarlo a su naturaleza, de ahí el doble movimiento en que el ser humano se objetiva y la naturaleza se subjetiviza. El sujeto se vuelve objeto y el objeto sujeto. Las mediaciones y transformaciones entre estas dos instancias dependen del tipo específico de sociedad y de la particular fase histórica. La realidad, como realidad objetiva independiente y exterior a la conciencia, es un postulado esencial de la teoría del conocimiento del marxismo y afirma su materialismo. Como se aprecia en el proceso de trabajo, la elaboración de un objeto útil reposa en la actividad productora del sujeto que recae sobre un substrato físico en el que se opera una transformación tanto cualitativa como cuantitativa. Al analizar la forma de la mercancía, Marx señaló que se compone de un substrato material, con una consistencia propia, que es transformada por la actividad productiva del hombre. Una mercancía es ante todo es un valor de uso, como tal está dispuesta al consumo humano, y por consiguiente, debe asumir una forma material-sensible. La materia corporal, como primera necesidad de los seres sensibles existe, pues, antes de la necesidad y antes de su transformación en objeto útil, como objeto de deseo y como materia prima dispuesta a recibir el fin y la forma que el trabajo humano le imponga.


Lo mismo ocurre en el plano social: si se afirma que el hombre conoce desde y para la sociedad en la cual se halla inmerso, la sociedad tiene también una anterioridad respecto al individuo, el individuo se objetiva también en sociedad, alcanza su individualidad en su relación con los otros, quienes lo reconocen finalmente como su igual y distinto; al mismo tiempo, subjetiviza a la sociedad, pues todos los componentes culturales, axiológicos, ideológicos, etc., son introyectados en el sujeto. El conocimiento es por eso un proceso histórico, y la verdad queda supeditada también a la historia, como proceso continuo-discontinuo en el que el ser humano, a través de la sociedad, se afana en conocer y transformar a la naturaleza:


“Esta naturaleza trabajada o, si se prefiere, esta proyección del trabajo humano sobre la naturaleza, al revertir sobre la sociedad, forma el plano general de la cotidianeidad, a partir del cual el hombre de ciencia, el artista, el filósofo, etc., se elevan. Los datos de la ‘certeza sensorial’ más simple son, pues, radicalmente distintos para la conciencia de un bosquimiano, de un maya del período clásico, de un medieval o de un moderno”.[3]


En las distintas corrientes de la teoría del conocimiento se toma sólo un aspecto de la realidad, dejando de lado las condiciones socio-históricas desde las cuales se plantean los problemas y las posibles soluciones que pueden darse. El idealismo, el realismo, el materialismo mecanicista, el intelectualismo, el racionalismo, el empirismo, el positivismo, el criticismo, etc., son posturas epistemológicas y metodológicas que representan un aspecto parcial del conocimiento. El conocimiento es un proceso continuo-discontinuo, proceso no sólo ideal o teórico, sino también material en el que el hombre se afana por conocer la realidad, sus leyes y su funcionamiento, para poder ejercer un dominio y control sobre ella para adaptarla a sus necesidades.


Si el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas sociales es mínimo, la incorporación de trabajo a la naturaleza también será ínfima, por consiguiente, la naturaleza se presenta al hombre como un gran ser dotado de cualidades difíciles de someter. El ser humano y la sociedad, están supeditadas al acaecer natural y sus leyes objetivas. Esto repercute en las concepciones que el hombre se forma de sí mismo y de lo que le rodea. Concibe a la naturaleza con cualidades de un sujeto, se da la tendencia a antropoformizar a la realidad atribuyéndole cualidades que sólo pertenecen al ser humano. La legalidad de la naturaleza, las leyes objetivas de la realidad, al no poder ser controladas y dominadas en provecho de la vida humana, se concibe como cualidades de un ser metahumano, al que sólo se puede acceder mediante sacrificios, rituales, ofrendas, ruegos, etc. Este supraser debe conmoverse y acceder a las peticiones humanas. Dependiendo del grado de abstracción alcanzado, este ser puede asumir la forma de los elementos naturales mismos o de figuras antropomórficas con caracteres bien definidos. Por el contrario, mientras mayor es la cantidad de trabajo incorporada en la naturaleza, más desligado, libre, se halla el ser humano de ésta y de sus leyes, más puede dominar y controlar estas leyes en su provecho, y por eso es más objetivo y científico el conocimiento que de la naturaleza puede tener:


“El trabajo convierte la relación sujeto-objeto que, en el ser natural, es inmediata y forzosa, en una relación mediata y libre. La necesidad natural hace del sujeto un esclavo de sí mismo y, a su vez, lo vuelve esclavo del objeto en que ha de aplacarla. La distancia entre el sujeto y el objeto se acorta o anula. La necesidad lanza al sujeto hacia el objeto sin que quepa mediación alguna. En el trabajo, sujeto y objeto se hallan en relación mediata. Entre el sujeto que produce y el objeto producido está el fin, la idea o imagen ideal que ha de materializarse, como resultado, en un objeto concreto”.[4]


De ahí la importancia en dejar en claro que las relaciones de producción, no sólo rigen las relaciones de los hombres entre sí, sino también la relación hombre-naturaleza o naturaleza-sociedad. De la manera de transformar a la realidad dependerá la manera de conocerla y apropiársela más objetivamente. Por ello la libertad no es sólo un problema teórico, sino práctico, de existencia. El hombre, en su enfrentamiento práctico con la realidad, sabe que ésta le opone resistencia, resistencia que no se resuelve en pura voluntad de dominio, sino que implica conocimiento y control de las fuerzas que se le oponen como leyes objetivas que expresan el ser de la naturaleza, de la realidad. La libertad encuentra por ello límites prácticos, que son analizados y cuya resolución se busca en la teoría; pero es finalmente en la práctica donde el hombre demuestra el poderío de su pensamiento para adaptar la objetividad a sus necesidades. No basta decir que el hombre es libre, hay que demostrarlo en la realidad; es en la práctica donde el ser humano, en el plano de la existencia objetiva, donde la libertad tiene un status de ser. Fuera de esto es creencia o pura especulación estéril: problema escolástico de términos.




[1] “La naturaleza como material que se enfrenta a los hombres sólo es material informe respecto de los fines de la actividad de éstos. La sustancia natural, que Marx equipara a la materia, ya está formada, es decir, se halla sometida a leyes físicas y químicas que son descubiertas por la ciencia de la naturaleza en permanente contacto con la producción material. Justamente porque la sustancia natural tiene leyes que le son propias, y no a pesar de ello, se puede realizar fines humanos por medio de los procesos naturales. Además los contenidos de estos fines no son sólo histórico-sociales, sino también están condicionados por la estructura de la materia misma. Depende siempre del nivel alcanzado por las fuerzas productivas materiales e intelectuales, cuáles posibilidades inmanentes a la materia, y en que proporción pueden realizarse”. Schmidt, Alfred, El concepto de naturaleza en Marx, Siglo XXI, México, 1983, p. 71


[2] Cabe señalar que esta prioridad de la naturaleza – y de toda la realidad- no es absoluta sino relativa. En su aspecto lógico la naturaleza es el fundamento que permite pensar y conceptualizar los entes; en su aspecto ontológico es el elemento esencial que permite la reproducción humana y el material con el que el hombre se enfrenta para transformarlo y adecuarlo a sus necesidades. Pero lo que sean los entes y la forma de apropiarse de la naturaleza cambian con el devenir histórico. Para una mejor comprensión de la posible “ontología” en Marx consúltese la obra de Alfred Schmidt arriba citada.


[3] Labastida, Jaime, Producción, ciencia y sociedad de Descartes a Marx, Siglo XXI, México, 1987, p. 9


[4] Sánchez Vázquez, Adolfo, Las ideas estéticas de Marx, Era, México, 1981, p. 63.