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Enrique Dussel y la deconstrucción de la historia eurocentrica

Relacionados con el artículo anterior, estos videos del filósofo argentino-mexicano, Enrique Dussel, presentan sus ideas respecto a una nueva interpretación de la historia y de la filosofía a partir de la mirada del otro, en esta caso, Latinoamérica.

Página del Enrique Dussel:
http://www.enriquedussel.org/








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Valoración y crítica del concepto de filosofía ocidental


Siempre que se habla de filosofía tenemos por tal el pensamiento que se ha constituido a partir del mundo occidental. El punto de partida es, por consiguiente, la antigua Grecia y sus primeros filósofos. Es decir, lo que en los manuales corrientes de historia de la filosofía se conoce como el nacimiento del pensar y reflexionar filosófico como tal. Esta aseveración, ya de por sí admitida como verdad evidente, no está exenta de elementos ideológicos que encubren la especificidad de las condiciones reales en que nace el pensar filosófico griego así como de las características propias en las cuales se encarama esta visión; además de fomentar una cierta superioridad cultural del Occidente respecto de otros ámbitos culturales y axiológicos que conforman el diversificado y policromo mundo humano.


En efecto, desde el nacimiento de la modernidad, la cultura occidental-europea (y hoy los EU como extensión de aquélla) se ha erigido como el paradigma universal al que deben someterse todas las restantes civilizaciones del orbe. La pretensión de universalidad del Occidente descansa sobre el nuevo período histórico inaugurado por el capitalismo y que tanto en el plano ideológico, económico y político busca reproducir y perpetuar las relaciones sociales de producción capitalistas, extendiendo su dominio e influencia sobre las restantes naciones allende la civilización occidental.


Esta tendencia a exportar e inseminar los valores y las concepciones occidentales con pretensión de universalidad humana, es conocida desde hace tiempo en los círculos del pensamiento y el debate crítico como eurocentrismo. El eurocentrismo es, a grandes rasgos, la afirmación de que la cultura europea es la única, de todas las demás civilizaciones que se han sucedido a lo largo de la historia, que ha alcanzado una real y verdadera universalidad, puesto que se indica que sólo en su seno han podido brotar los elementos esenciales del mundo moderno: democracia moderna, libertad política, libre mercado, laicisismo, visión científica del mundo, desarrollo tecnológico, etc. Esta visión eurocéntrica concibe el desarrollo de la historia europea-occidental como un caso excepcional de entre la evolución de todas las demás culturas humanas. Al afirmarse la superioridad de esta cultura –que de factum es innegable negar- obliga a las restantes a adecuarse a sus cánones, pues se constituye como el modelo por antonomasia para conseguir los privilegios y las ventajas del mundo moderno.


Esta concepción evolutiva-darwinista, que es en sí misma eurocéntrica, ha servido para construir una especie de mitología que permea toda la historia occidental oficial. Según esta mitología, el Occidente tiene sus raíces en el antiguo mundo griego donde el pensamiento reflexivo y lógico, la independencia política y los fundamentos de las ciencias surgen por primera vez. Grecia, como la madre cultural de Europa, es asimilada a esta construcción histórica, desligándola del verdadero contexto en el cual ésta floreció: el Oriente.


El mundo griego antiguo, en su verdadero y propio contexto histórico, pertenece a toda esa zona franja oriental en que pervivieron conjuntamente civilizaciones que mantuvieron contacto entre sí influenciándose mutuamente: egipcios, fenicios, mesopotámicos, persas, asirios, caldeos, hititas. El contacto entre estos pueblos determinó en gran medida la futura conformación de un vasto sistema intercontinental, con una metafísica unificada que no se concretizará sino hasta las conquistas de Alejandro Magno en el siglo III a.C. y que tiene su expresión más acabada en el helenismo y el pensamiento de Plotino que recoge mucho de lo avanzado por el cristianismo oriental y el islamismo.

El flujo de intercambios entre estas civilizaciones fue tanto material como espiritual; además de los intercambios mercantiles y tecnológicos (que fueron muy amplios debido a la tenaz actividad mercantil por ultramar de los fenicios quienes siempre compitieron por mercados con los griegos), también se dio un intercambio fructífero en ideas y concepciones, principalmente míticas y religiosas, que determinaron la conformación de un pensamiento cada vez más sistemático y reflexivo tendiente a separar lo mitológico, religioso y supersticioso de lo racional. Muchos de los grandes pensadores griegos se nutrieron de las concepciones orientales y las adaptaron a las condiciones propias de su civilización. La teoría de la metempsicosis propugnada por la escuela pitagórica así como los avances en matemática, astronomía y geometría que ellos desarrollaron provienen de Egipto y Mesopotamia; asimismo la preocupación ética de vocación universalista, opuesta al relativismo moral, que tanto preocupó a Sócrates como a Platón, provienen de esta región. Sin este intercambio cultural entre las distintas formaciones sociales que conformaban el mundo antiguo oriental, es inexplicable el “milagro griego”. De aquí se desprende que colocando a Grecia fuera de este contexto, se perciba su desarrollo propiamente como un “milagro”.


Ahora bien, como lo ha señalado el investigador Samir Amin[1], esta visión eurocéntrica tiene su razón de ser al convertirse Europa en la primera civilización que logra un dominio real de otros pueblos a escala mundial, cosa que nunca pudo lograr el Imperio romano ni la extensa dominación árabe en Europa y Oriente. El nuevo dominio de alcance mundial surge a partir de la conquista española sobre América en 1492, convirtiéndose la Corona Española en el primer centro de este imperialismo moderno y los recién descubiertos territorios americanos como su periferia.[2]


Por primera vez en la historia una civilización tiene la capacidad ideológica y material para intentar someter al mundo en su totalidad. El primer sistema-mundo se revela a partir de la conquista española y se afianza con la caída de los regímenes absolutistas del siglo XVIII. La Ilustración es la primera filosofía con pretensiones de universalidad que rompe con los paradigmas teológicos de la metafísica medieval, ofreciendo una visión más secular y sustentada en la ciencia en consonancia con los requerimientos del nuevo modo de producción capitalista. Con esto no se quiere afirmar que antes de la Ilustración no existieron los intentos de producir una concepción general del mundo (weltaunschauung). Si bien la metafísica medieval (que se construyó a partir de los resultados alcanzados por los pensadores helenistas como el neoplatónico Plotino, que no era europeo sino oriental), tenía aspiraciones universalistas dado que su tarea principal era la búsqueda de verdades absolutas, el principio último que gobernaba al mundo, así como a la apelación a una ética de carácter universal fundada en una justicia inmanente apoyada en las acciones del individuo, su alcance nunca tuvo la envergadura de su contraparte ilustrada.


La filosofía medieval, al integrar la universalidad que impregna la doctrina cristiana, tendía a una consideración general sobre el destino de la humanidad como un todo. E incluso –como ya se señaló- mucho antes de la construcción metafísica medieval el helenismo sentaba las bases de una cultura de cuño universalista que integraba los elementos aportados por la filosofía griega, el cristianismo y el islamismo orientales. Tanto la teología como la escatológica medieval se sumergían en la interpretación de los textos sagrados y el abuso de la razón deductiva, además de la conversión y la aceptación de la religión revelada y verdadera por parte de los fieles. Esto trajo como consecuencia que su universalismo fuera truncado, pues para la teología cristiana occidental no había cabida para la teología y la metafísica islámica y viceversa.


En cambio a diferencia de la metafísica medieval, la filosofía moderna y la Ilustración no establecen sus postulados a partir de una metafísica religiosa, sino en una visión secular apoyada en la ciencia y, por lo tanto, comienza criticando el abuso de la lógica deductiva y la analogía como métodos de investigación para apelar al experimento y el análisis deductivo-inductivo. La consecuencia en esta radical conversión será el desplazamiento de la búsqueda de verdades absolutas y eternas por las verdades parciales y relativas que da una gran flexibilidad al pensamiento moderno respecto de la escolastismo medieval. La filosofía moderna, al gravitar en el desarrollo científico y sus métodos, no hace sino seguir la lógica necesaria del nuevo modo de producción sustentado en el desarrollo expansivo de las fuerzas de producción capitalistas que dan un amplio margen para el florecimiento de la ciencia y la técnica. Así, la universalidad a la que aspira la Europa capitalista ya no es metafísico-formal, sino empírica-real, basada en las nuevas relaciones de producción y en el establecimiento del capitalismo como modo de producción a dominante a escala mundial y concebido como fin y destino del desarrollo humano.


Esta conciencia de ser una civilización que sienta las bases para un nuevo modo de organizar la sociedad y el mundo, es lo que constituye en el punto medular del cual parte la supuesta superioridad de Europa respecto a los demás pueblos por ella descubiertos y conquistados. No es por ello extraño que la filosofía moderna inaugure la reflexión sobre el “yo”, al asegurase sobre el plano real un dominio efectivo sobre vastos territorios que se convierten en la materia prima para el despegue y desarrollo de las sociedades europeas. Lo que se busca ya no es un fundamento trascendente que explique el orden cósmico, sino la transformación y adecuación del mundo de acuerdo a fines humanos (Europeos debe entenderse aquí) sustentado en una consideración de lo real como producido por el sujeto.


El cogito cartesiano ya no se interesa por las verdades absolutas, por los malabares lógicos de la escolástica, ni por el respeto a concepciones intocables santificadas por la tradición. Lo que ahora interesa es conocer el mundo para transformarlo y para convertirnos en amos y señores de la naturaleza. Y junto con esta conciencia de superioridad se prefigura al mismo tiempo el “derecho” de las civilizaciones occidentales a intervenir y modificar el desarrollo de otros pueblos en aras del progreso y la civilización, lo cual se asume como un deber moral inalienable. Este derecho se manifiesta en la supuesta superioridad de la cultura occidental, que ha logrado superar la época del oscurantismo, la superstición y la ignorancia, y ha abierto al mundo la época de las luces, el desarrollo y el progreso basado en la razón y la ciencia.


Es precisamente en el nacimiento de esta visión eurocéntrica, que se va diseñando una historia que de cuenta de la especificidad especial de esta cultura. El antiguo mundo griego es entonces desligado de su verdadero contexto, y se le interpreta como pueblo paradigmático que sirve de antecedente para explicar el posterior desarrollo de Europa:

“Según este mito Grecia sería la madre de la filosofía racional, en tanto que ‘el Oriente’ jamás había logrado superar la metafísica. Partiendo de este punto de vista, la exposición de la historia del pensamiento de la filosofía llamados occidentales... comienza siempre con el capítulo de la Grecia antigua, a propósito de la cual el acento se pone en la variedad y los conflictos de las escuelas, el nacimiento de un pensamiento libre de restricciones religiosas, el humanismo, el triunfo de la razón sin referencia al ‘Oriente’ –cuya contribución al pensamiento helénico supuestamente es nula”.[3]


La historia entonces se periodiza en historia antigua, que abarca desde la antigua Grecia hasta la caída del Imperio romano en el siglo V, historia medieval que barca desde los siglos VI a XV, e historia moderna a partir del siglo XVI. Todo el desarrollo histórico es edificado, entonces, a partir del desarrollo propio de Europa, descartando aquellos periodos que significaron un gran avance para la civilización en su totalidad como es el helenismo, y la dominación árabe de los siglos VII al XII en los cuales florecieron de manera ejemplar las ciencias, la técnica, el pensamiento filosófico y metafísico.[4]


Es a partir del Renacimiento cuando se van delineando las características del mundo moderno capitalista. Recordemos que las ciudades italianas comerciales como Venecia, Génova, Pisa y Florencia, son las primeras en abrir el comercio en el mediterráneo, que dominaban los árabes, a favor de los occidentales. Esto trae un inmediato florecimiento de estas ciudades que se manifiesta en un progreso notable de las artes y de las ciencias; es precisamente en este momento cuando los estudiosos redescubren el mundo antiguo y comienza su reapropiación. Después, al abrirse rutas comerciales con las Indias Orientales tras las incursiones de Vasco de Gama, y el descubrimiento de América por Colón -cuyo plan original era romper el imperio comercial de los árabes en el Mediterráneo mediante la búsqueda de rutas de acceso marítimo con el Oriente, que para ésta época era el centro comercial por excelencia-, el auge de las ciudades italianas, así como de ciertas provincias alemanas, decae para no recuperarse hasta el último tercio del siglo XIX cuando logran constituirse como naciones. A partir de estos hechos el comercio se desplaza del Mediterráneo al Atlántico en beneficio de los occidentales y en detrimento de todo el Oriente Medio que se sumerge en el atraso y la involución que hasta la fecha lo caracteriza.


El mundo nuevo que surge a partir del Renacimiento estará por primera vez en la historia de la humanidad unificado por las reglas fundamentales del sistema económico capitalista, basado en el dominio de la empresa privada, el trabajo asalariado y la comercialización de mercancías elaboradas por esas empresas. Este nuevo mundo rechaza, pues, la dominación metafísica del Medioevo en favor de la racionalidad administrativa o instrumental, estrechamente ligada con la organización de la política de los estados y el predominio del interés económico; la concepción de las sustancias y los fines cualitativos es desplazada por la de los medios y las relaciones causales cuantitativamente medibles mediante el cálculo racional matematizado:


“Por esto mismo la revolución cultural del mundo moderno abre la vía a la explosión de los progresos científicos y los pone sistemáticamente al servicio del desarrollo de las fuerzas productivas, a la formación de una sociedad laica, portadora en un futuro de la aspiración democrática. En forma simultánea, Europa toma conciencia del alcance universal de su civilización, ahora capaz de conquistar al mundo”.[5]


Esta conciencia no se manifiesta de modo inmediato, puesto que lo europeos no son aun conscientes de que su dominio se debe al modo de organización capitalista de su sociedad, ellos atribuyen esta superioridad a su “europeidad”, a su fe cristiana opuesta a los bárbaros musulmanes, a sus ancestros griegos a quienes redescubren. Sin darse cuenta que su renacimiento cultural está estrechamente ligado con factores económicos y políticos, invierten esta relación de manera mistificada al considerar que es su superioridad racial y cultural lo que les ha permitido generar nuevas estructuras económicas, políticas y sociales. Comienza así el proceso de constitución del eurocentrismo.


En el ámbito cultural, esta transformación se impone en todos los dominios del pensamiento y de la vida social. Se elaboran concepciones, sistemas filosóficos y religiosos que den cuenta de la ventaja que Europa tiene sobre el demás conjunto de los pueblos civilizados. Se construye una ideología evolucionista que encubre la verdadera naturaleza del capitalismo que tiende a presentarlo como producto connaturalmente europeo. Esta ideología negará, por tanto, la característica esencial del modo de producción capitalista, es decir, la polarización centros/periferia que le es inmanente, dado que la reproducción de este sistema (la creación de la plusvalía) se desarrolla a escala mundial. Las desigualdades entre las diversas naciones (especialmente las periféricas) se atribuirán a causas endógenas a las mismas. Reafirmando de este modo ciertos prejuicios relativos a características transhistóricas que son propias de los distintos pueblos.[6]


La ideología dominante del eurocentrismo (remozada ahora con la ideología de civilización occidental difundida por los EU cuya ecuación es civilización=democracia+libre mercado) constituye un verdadero paradigma en los círculos académicos y de análisis de interpretación social que, como lo ha demostrado Khun,[7] funciona como un modelo mediante el cual son organizados y orientados cualquier actividad que se halle sujeta a él. El modelo adoptado permitirá después elaborar toda una gama de conceptos y categorías que le permiten interpretar y explicar fácilmente hechos a los que se ve obligado a estudiar.


Otra de las características de los paradigmas es que está interiorizado en la misma investigación científica sin que se perciba su uso por considerarlos partes esenciales de la investigación misma.[8] Esto es consecuencia de la exposición contenida en los materiales de divulgación y educación científica que tienden a simplificar el contenido de las investigaciones ilustrando solamente las observaciones, leyes y teorías que han logrado un status de autenticidad y objetividad. Esta objetividad y autenticidad esta enmarañada la mayoría de las veces con la ideología dominante que busca perpetuar y reproducir su dominio. Los ejemplos de la escolástica en la época medieval, de la filosofía moderna en el nacimiento de las relaciones sociales de producción capitalistas y la concepción posmoderna en el capitalismo pos-industrial son ejemplos más que elocuentes.



[1] Las observaciones hechas aquí surgen de la lectura del lúcido libro de Samir Amin: “El eurocentrismo: crítica de una ideología”, Siglo XXI, México, 1989. Me pareció necesario incluir estos lineamientos críticos, en primer lugar, porque Samir Amin es un destacado economista e historiador que sigue explotando lo valioso y fructífero de la analítica marxista y se presta, por consiguiente, a los propósitos de este trabajo y que nos servirá durante toda la investigación; en segundo lugar, porque consideramos que la influencia que el eurocentrismo tiene en los ámbitos académicos continúa siendo muy fuerte. Es pues un antídoto para todos aquellos que se han intoxicado con la idea de que en los griegos ya estaban planteados todos los problemas filosóficos importantes o que solamente Europa o los EU han producido “verdadera” filosofía.

[2] Se desplaza el centro después a Portugal, los Países Bajos, Francia e Inglaterra respectivamente, y se integran en el transcurso de las luchas imperialistas entre las potencias europeas durante todo el siglo XIX y la mitad del XX Asia, África y el Medio Oriente como parte de las nuevas periferias junto con América Latina que nunca ha perdido su característica periférica. A partir del término de la Segunda Guerra Mundial los centros se dividen en el bloque comunista liderado por la URSS y el bloque capitalista a la cabeza de los Estados Unidos. Tras la caída del Bloque comunista que empieza con la reunificación alemana en 1989 y termina con la desaparición de la URSS en 1992, el capitalismo triunfa en el ámbito global y se constituye como el único modelo económico, político e ideológico. En la actualidad el dominio se conforma con los bloques de poder económico, político y militar de la Comunidad Europea, Japón, China y los EU como el centro de los centros.

[3] Samir Amin, op. cit., p. 88.

[4] En el período de dominación del Oriente sobre el Occidente, se realizaron progresos importantes en varios campos de las ciencias, las artes y las técnicas. En primer lugar destaca un desarrollo excepcional en las matemáticas (introducción del cero y de la numeración decimal, trigonometría y álgebra). Avances en la astronomía, la medicina y la química. Y lo mismo ocurrirá en el dominio de las técnicas de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas (sobre todo por la extensión de los métodos de irrigación) así como en los de las letras y las artes.

[5] Samir Amin, op. cit., p 72.

[6] Recordemos en nuestro ámbito cultural los análisis de Samuel Ramos en “El perfil del hombre y la cultura en México” y de Octavio Paz en “El laberinto de la soledad” que tratan de rastrear esas características transhistóricas que definen al ser del mexicano, que impiden nuestro despegue como nación, y que explican nuestro atraso con respecto a las grandes potencias. Sirva También de ejemplo las palabras del economista de la escuela de Chicago Arnold Harberger, conocido por sus numerosos viajes a Chile después del golpe de Estado de Pinochet, quien afirmaba que en las economías atrasadas (las latinoamericanas) “existen numerosas barreras que se oponen al crecimiento: élites sociales y políticas poco propensas al cambio, graves lagunas en la capacidad y la habilidad técnicas... mercados mal organizados... políticas públicas mal concebidas...”. Citado por Héctor Guillén Romo en: La contrarrevolución neoliberal en México, ERA, México, 2000, p. 81. Como se ve, las desigualdades entre centros/periferias no se explican a partir del capitalismo mismo, sino apelando a incapacidades y torpezas de las naciones atrasadas que no han sabido seguir el ejemplo de Europa y los EU. Valga también recordar que la caída del régimen de Pinochet fue fraguada y apoyada por la Casa Blanca a través de la agencia de la CIA.

[7] Cfr. Thomas Khun, La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E., México, 2000

[8] “Cuando el investigador entra en contacto con lo que llamamos entes históricos o antropológicos, da principio un proceso de conocimiento dirigido a volver comprensibles para sí esos entes, hasta encontrarles un sentido determinado. Inevitablemente ese proceso se inicia proyectando concepciones y categorías mentales que ya poseía el observador en su propio bagaje intelectual”. Cfr. Miguel León Portilla, “El pensamiento prehispánico” en Estudios de historia de la filosofía en México, UNAM, México, 1980, pp. 14-18.

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Wittgenstein y el lenguaje

Algunos fragmentos de la película Wittgenstein de Derek Jarman donde explica la teoría del lenguaje del filósofo austriaco.



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