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El Sartre enamorado


A Simone de Beauvoir

15 de febrero

Mi pequeño Castor querido, amor mío


Aún no logro explicarle lo que es un sentimiento en mi cabeza, pero lo que puedo decir es que su carita de ojos inundados en lágrimas, que veía por sobre las espaldas de los soldados de mi compartimiento, me dejó trastornado de amor. Qué bello era aquel rostro, querido Castor, no conozco nada más bello en el mundo, y me impresionó y me llenó de humildad el pensar que era tan bello por mí. Amor mío, no estoy triste en absoluto sino inmerso en una curiosa ternura, y aún ahora no puedo pensar en su rostro sin que se me haga un nudo en la garganta. No quisiera que haya estado triste, amor mío. Imagino que el liceo la habrá calmado un poco, forzosamente. Pero existió sin duda esa penosa hora de intervalo (la vi girar lentamente sobre sí misma y marcharse) y fue un peso en mi corazón imaginarla triste y yo que no podía tomarla entre mis brazos y llenarla de besos. Ahora eso quedó atrás y es irremediable. Somos no obstante una sola persona, mi pequeña flor, una sola persona. La quiero más aún, si cabe, después del permiso que antes. No le diré que es usted perfecta porque esto la pone nerviosa y es realmente la clase de cosas que se pueden decir Xavière y Pierre[1] con disimulada complicidad. Pero usted es lo mejor que conozco de todas formas, todo lo que amo usted lo tiene y lo tiene al máximo. La quiero con toda el alma. No son «signos» lo que estoy escribiendo.


Amor mío, la quiero con todas las fuerzas de mi corazón, quisiera tenerla aquí. Beso sus mejillitas.



[1] Personajes principales de La invitada.

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