2

Roba en la Facultad de Filosofía haciéndose pasar por Aristóteles



Un señor disfrazado de Aristóteles irrumpió ayer por la tarde en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y engañó a varios alumnos para que le entregaran todo su dinero e intentaran volver al intercambio de especies. El propio estafador acabó delatándose cuando, al ser interrogado por un profesor, aseguró que conocía la doctrina de Nietzsche, “lo cual es imposible porque él es anterior”, según explica el filósofo Miguel Morey. La sociedad entera ha condenado el delito, especialmente porque el ladrón “se ha cebado con gente de letras”.

“A mí ya me resultó raro desde el principio porque Aristóteles no ha sido nunca un filósofo de extremos. En cambio, ese señor iba a saco. Se hizo con los monederos de todos, trazó un círculo en la cafetería de la Facultad y dijo que aquello era el Ágora y que debíamos ponernos allí a dialogar entre nosotros. Mientras lo hacíamos, él desapareció con el dinero”, relata uno de los alumnos estafados.

La psicóloga Margarita Marín asegura que “engatusar a un estudiante de Filosofía cuando está centrado en sus estudios es relativamente fácil. Son jóvenes que se pasan el día hablando de esos autores clásicos y luego, sin ven a uno por allí, no son capaces de marcar distancias. Se comportan como si hubiera venido un cantante famoso, y como de esos personajes históricos no hay fotografías fidedignas, no pueden darse cuenta a simple vista de que aquello es un simple disfraz”.

El historiador Antonio Alegre se ha mostrado “indignado y jodido” ante lo ocurrido, aunque ha matizado que “la gente que estudia esta carrera ya está acostumbrada a no tener dinero, así que aunque dé rabia tampoco es un drama”.

Vía: Elmundotoday

.

2

El sentido del trabajo y la propiedad en John Locke. Parte 1



I. El concepto de trabajo en Locke


Uno de los conceptos centrales en la teoría política de John Locke lo constituye el concepto de trabajo. En su concepción, el trabajo no sólo permite que el hombre pueda subsistir de manera física, sino que también da paso al aseguramiento de la propiedad. A diferencia de la etapa antigua en donde el trabajo físico no es muy bien valorado, en la modernidad la cualidad del trabajo adquiere un rango de importancia que se aparta de la visión negativa o peyorativa que tenía para algunos de los más importantes pensadores de la antigüedad.


Recordemos, por ejemplo, que en la antigüedad la labor del esclavo no sólo permitía al ciudadano libre apartarse de las indolencias del trabajo físico, sino también de la misma necesidad natural. La determinación natural de tener que trabajar para subsistir, que el hombre comparte con los animales en tanto que se encuentra sometido a la necesidad, era visto como algo no humano, por lo cual esa actividad meramente reservada a satisfacer las necesidades del cuerpo se reservaba al esclavo. La indignidad del trabajo o su minusvalía estaba fuertemente arraigada en la antigua Grecia porque implicaba que el hombre perdía su libertad al ser sometido a las necesidades naturales o a la voluntad de otro hombre. La libertad del ciudadano no solamente implicaba la libertad política, sino también la libertad existencial. Liberarse del trabajo manifestaba la libertad política en estrecha relación con su correlato existencial: la ociosidad. El ocio era un factor indispensable para que el hombre libre pudiera dedicarse a la política, el arte o la filosofía; en general a actividades que se preciaban de ser las propiamente humanas. Como bien señala Hannah Arendt:


“Laborar significaba estar esclavizado de la necesidad, y esta servidumbre era inherente a las condiciones de la vida humana. Debido a que los hombres están dominados por las necesidades de la vida, sólo podían ganar su libertad mediante la dominación de esos a quienes sujetaban a la necesidad por la fuerza. La degradación del esclavo era un golpe del destino y un destino peor que la muerte, ya que llevaba consigo la metamorfosis del hombre en algo semejante al animal domesticado”.[1]


Esta negatividad del trabajo es superada en la modernidad debido a que el trabajo o la actividad productora de bienes de consumo se constituyen en partes esenciales del proceso económico. Como elemento indispensable del proceso de producción, el trabajo adquiere un status de importancia y de revalorización que permite ubicarlo al nivel de la propiedad y de las funciones del Estado como veremos más adelante.


Bajo esta nueva esquemática que adquiere el trabajo en la modernidad, Locke hace uso del término para tratar de establecer el origen de la propiedad, con lo cual le da una orientación más positiva. Si bien el trabajo se sigue considerando como una fatalidad insoslayable, en este caso como un mandato de Dios, no por ello deja de tener una cualidad positiva, pues es mediante el trabajo que el hombre hace uso y dispone del mundo que Dios ha entregado al hombre:


“Dios, cuando dio el mundo comunitariamente a todo el género humano, también le dio al hombre el mandato de trabajar; y la penuria de su condición requería esto de él. Dios y su propia razón ordenaron al hombre que éste sometiera la tierra, esto es, que la mejorara para beneficio de su vida, agregándole algo que fuese suyo, es decir, su trabajo”.[2]


A diferencia de Aristóteles[3], por poner un ejemplo de la antigüedad, que no ve nada de positivo y sí más de indigno en el trabajo, en Locke el trabajo no solamente permite al hombre sobrevivir y satisfacer sus necesidades naturales más apremiantes, sino también imprimir su huella en la realidad. El mandato de “mejorar” a la tierra implica que el hombre hace del mundo propiedad suya, no solamente porque ha sido otorgada por Dios, sino también porque mediante su trabajo la transforma, la adecúa y le da una forma humana. El trabajo deja de tener, por consiguiente, un mero carácter de reproductor de la vida humana y asume también la función de mejorar la vida. Pasa de ser una fatalidad natural para adquirir un rango de virtud en tanto que se asocia con la individualidad al agregarle al mundo “algo que fuese suyo”.


En la definición lockeana del trabajo éste constituye la actividad humana en la que el hombre saca algo del estado natural, pero no como simple cosa, sino como objeto que ya ha recibido una determinación humana:


“Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es por consiguiente propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo…”.[4]


Podemos afirmar que el acto de desprendimiento de las cosas naturales de su estado natural es el acto mismo de la separación del hombre del medio natural, la creación de la cultura. Es cierto que los animales también usan, separan, consumen cosas naturales, pero a diferencia del hombre el animal no usa el trabajo para ello, porque el trabajo humano no es simplemente posesionarse del mundo natural o arrancarlo de su medio, sino más esencialmente agregarle algo nuevo, “mejorarlo”.


La mejora del mundo agrega lo nuevo a la cosa natural: el trabajo del individuo. De ahí que las cosas modificadas o arrancadas a la naturaleza tengan valor. El valor de un objeto sólo puede darse en el ámbito de la cultura, pues en la uniformidad natural una cosa no es simplemente igual o desigual a otra, sino que ni siquiera se puede establecer una diferenciación. Las cosas dadas por la naturaleza simplemente son, están; cuando el trabajo humano las desprende y las modifica añade su valor, que consiste en ser fruto no solamente natural, sino también humano. Dejan de ser cosas naturales para ser objetos humanos, codificables, mediante el valor, dentro del mundo de la cultura:


“Pues es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas. Que cada uno considere la diferencia que hay entre un acre de tierra en el que se ha plantado tabaco o azúcar, trigo o cebada y otro acre de esa misma tierra dejado como terreno comunal, sin labranza alguna; veremos entonces que la mejora introducida por el trabajo es lo que añade a la tierra cultivada la mayor parte de su valor”.[5]


Esta concepción, de que el trabajo fuese fuente de la cultura, era impensable en la antigüedad, en donde hemos visto que la cultura nace precisamente más allá del ámbito del trabajo, en su liberalización. Por el trabajo el hombre se sobrepone a la necesidad natural y entra en el mundo de la cultura. Además de reproducir su vida engendra un nuevo modo de vida, el mundo propiamente humano. Al mejorar la naturaleza se mejora así mismo y se encuentra así mismo en sus objetos.


El trabajo, aunque no lo diga explícitamente Locke, independientemente de que es una actividad que busca satisfacer las necesidades naturales, es también una actividad en la que el hombre se objetiviza, pues al agregarle algo más a la cosa natural, el mundo se vuelve objetivo para él en tanto apropiación como en expresión de sí mismo. La cultura es la expresión de esa objetivación que el hombre hace sobre la naturaleza. Como bien lo explicaría Marx más adelante, y Locke lo intuye genialmente, en el trabajo el ser humano manifiesta como ser consciente de su propia actividad, y por ello mismo, como un ser libre:


“La actividad vital consciente distingue al hombre directamente de la actividad vital de los animales. Y eso y solamente eso es precisamente lo que hace de él un ser genérico. O dicho de otro modo, sólo es ser consciente, es decir, su propia vida es para él objeto, cabalmente porque es un ser genérico. Sólo por eso su actividad es una actividad libre… El acto de engendrar prácticamente un mundo de objetos, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la comprobación del hombre como un ser genérico consciente… ”.[6]


Hay que destacar también el hecho de que esta concepción del trabajo en Locke sólo puede darse sobre la base de la igualdad entre los hombres. En la antigüedad se resaltaba más las diferencias entre los individuos a partir de sus determinaciones físicas, de ahí que en Aristóteles una de las justificaciones de la esclavitud es que los esclavos están dispuestos por ello por naturaleza al poseer cuerpos robustos y fuertes.[7] La igualdad solamente se alcanzaba con el rango de ciudadano, al cual sólo tenían acceso los hombres pertenecientes a la raza o tribu de los señores libres. En cambio, Locke parte de una idea de igualdad entre los hombres que se desprende de su concepción religiosa. Como sabemos, el cristianismo introdujo la igualdad de los hombres ante Dios, por lo que en tanto hijos del mismo padre, los hombre son iguales entre sí, esta igualdad se aplica tanto al rango de la individualidad –en tanto se le reconoce un mismo origen- como a su capacidad (razón) de disponer del mundo común que Dios ha creado para beneficio y uso de los hombres:


“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mejor beneficio de la vida, y mayores ventajas. La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad de su existencia”.[8]


Todos los hombres son iguales porque tienen el derecho a la posesión del mundo. Esta igualdad es anterior a la sociedad y el contrato civil y hacen posible fundamentarlos. La igualdad del derecho a posesión también implica que el hombre ha sido dotado en igualdad con la razón, que nos permite poder determinar y calcular los medios adecuados para hacer uso de esa propiedad.[9] La razón y la propiedad en común del mundo y la naturaleza es lo que hace iguales a los hombres. Al mismo tiempo, la diferenciación radica en el uso de la razón aplicada al trabajo que permite que un hombre posea algo como propio al margen de la propiedad común.


En ese sentido, siguiendo a Locke, las diferencias entre los individuos se establecen sobre la base del uso de su razón y de su capacidad para adquirir propiedad a través de su trabajo. El individuo es por ello libre, porque él dispone de su propia razón como su cualidad esencial. Porque por su trabajo es consciente de lo que produce o transforma le pertenece. Y porque su propiedad y el uso que de ella hace lo distinguen de los otros como individuo o persona.


[1] Arendt, Hannah, “La condición humana”, Paidós, España, 2005, p. 109.

[2] Locke, John, “Segundo tratado sobre el gobierno civil”, Alianza Editorial, España, 2008. P. 60.

[3] “… los ciudadanos no deben de llevar una vida de trabajo manual, ni de mercader (pues esa forma de vida es innoble y contraria a la virtud), ni tampoco deben ser agricultores los que han de ser ciudadanos (pues se necesita ocio para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas)”. Aristóteles, “Política”, VII, 9, 132b. La edición usada es la de Editorial Gredos con traducción y notas de Manuel García Valdés.

[4] Locke, John, op. cit., pp. 56-57.

[5] Locke, John, op. cit, p. 67.

[6] Marx, Carlos, “Escritos de juventud”, FCE, México, 1987, p. 600.

[7] “La naturaleza quiere incluso hacer diferentes los cuerpos de los libres y de los esclavos: unos, fuertes para los trabajos necesarios; otros erguidos, e inútiles para tales menesteres, pero útiles para la vida política”. Aristóteles, “Política”, I, 1254b y ss., edit. cit.

[8] Locke, John, op. cit., p. 56.

[9] “Nada hay más evidente que el que criaturas de la misma especie y rango, nacidas todas ellas para disfrutar en conjunto las mismas ventajas naturales y para hacer uso de las mismas facultades, hayan de ser iguales entre sí, sin subordinación o sujeción de unas a otras, a menos que el amo y señor de todas ellas, por alguna declaración manifiesta de su voluntad, ponga a una por encima de otra, y le confiera, mediante un evidente y claro nombramiento, un derecho indudable de dominio y de soberanía”. Op. cit. P. 36.

.