22 septiembre 2008

La cuestión indígena


Después de siglos de menoscabo, menosprecio, ocultación y maniqueísmo el tema del indigenismo brota en un mundo plagado por tendencias globalizantes que se encaminan a una uniformización cultural sustentada en un único paradigma económico que trata de subsumir y borrar todas las diferencias, quizá por eso la globalización tiene como eje problemático la aparición de diversas corrientes culturales que se niegan a desaparecer o ser engullidas por este nuevo orden mundial.


En el caso de México, es evidente que la problemática acerca de la “cuestión del indígena” desde su tratamiento ético-filosófico tal como fue planteado en el siglo XVI se ha deslizado desde una perspectiva ontológica (el ser del indio) a una cultural (el lugar que ocupa en una sociedad). Ahora más que nunca los pueblos indígenas han reclamado su derecho al reconocimiento de su propio ser, no quieren ser nuevamente etiquetados u ocultados en una generalidad abstracta llama “nación mexicana”, si bien comparten mucho con lo que significa esta categoría además de la simple cercanía territorial.


En una sociedad que se ha construido en base al ideal del mestizo, heredero del conquistador español y de las diversas culturas que florecieron en esta parte del territorio americano, es bastante problemático el planteamiento de una inserción o de una autonomía plena a los indígenas. De entrada no existe un sólo ser del indio como tampoco una sola categoría comprensiva de los indígenas, tenemos más bien una gran diversidad de manifestaciones culturales, con diversas costumbres, idiomas, dialécticos, comprensión del mundo y formas de organización social que sólo por su transterritoriedad, para usar el termino acuñado por Gaos, respecto al grueso de los “mexicanos” son denominados con el termino de indígena. Nuevamente el problema de qué sea un indígena pareciera acecharnos, pero si bien este planteamiento tuvo su razón de ser como parte de la defensa de la humanidad del indígena, hoy para nosotros es obsoleto, porque de entrada, repetimos, no hay eso llamado el indígena o los indígenas, sino pueblos “distintos” “diferentes” que a lo largo del proceso de constitución del estado mexicano han permanecido a la saga, a la sombra o rechazados por este mismo proceso, haciendo de ellos sólo un momento accesorio de la simbólica de la génesis del ser del “mexicano”.


Resulta evidente que en un marco formal, con un Estado construido ya bajo una identidad general que aporta el sentido, el imaginario social y la identificación cultural al grueso de la población, es complicado y no exento de contradicciones el hecho del reconocimiento de los derechos de los llamados pueblos indígenas. Por una parte, es comprensible la preocupación de algunos pensadores, como Luis Villoro, que ven en los pueblos indígenas un fenómeno a partir del cual debe erigirse un nuevo pacto social, que los reconozca como parte de sus fundamentos, pero al mismo tiempo respetando su propia especificidad. Igualmente se entiende el afán de los integristas como creo observarlo en Enrique Krauze quien aboga más por permitir un pleno desarrollo de estos pueblos en base a la misma dinámica de la modernidad y los tiempos de la sociedad mexicana, es decir, la integración al México actual bajo los signos que caracterizan a esta sociedad.


Estos dos puntos de vista tienen algo en común: el reconocimiento del “problema” o de la “exigencia” que han hecho valer estos pueblos, sus diferencias están en el cómo resarcir ese menoscabo, cómo cumplir esas legitimas exigencias. Esto pone en profunda crisis todo el sistema de la identidad mestiza que fue fuertemente establecido tras la conformación del Estado revolucionario. Y también sirve para retomar las críticas que algunos hicieron a la llamada “filosofía del mexicano” de Leopoldo Zea, Samuel Ramos y Octavio Paz, que como bien se criticaron en su momento, era simplemente la ideología del Estado revolucionario que buscaba legitimarse y apaciguar las aguas posrevolucionarias. A la luz de los acontecimientos actuales, puede verse el fracaso de fundar esta ideología del mestizo bajo la filosofía del mexicano, pues hoy ser mexicano es ya también algo vaciado de contenido.


El multiculturalismo puede ofrecer una alternativa a la resolución de este problema, pero mientras las soluciones se sigan moviendo bajo el espectro del estado formal o el Estado-nación las posibles vías para el reconocimiento de los derechos del nuevo indigenismo seguirán siendo un laberinto sin salida. Es probable que el indigenismo mexicano sea un síntoma más de la disolución del Estado-nacion tras los embates de la globalización y el neoliberalismo, y en vez de seguir permaneciendo en el mismo molde caduco haya que ir más allá de éste. La exigencia de “un mundo donde quepan todos los mundos” puede ir en el sentido de rebasar el mismo proceso globalizante. Si éste tiende a erosionar el tejido y la conformación de los estados de facto por una supraterritoriedad financiera o económica, entonces se le debe dar vuelta al problema planteando una atomización territorial de facto, donde posiblemente el nuevo indigenismo encuentre su lugar propio.


Hay que plantearse una nueva concepción de federalismo, pero no pensado en los términos en que fue concretizado por las burguesías locales, que para concentrar y general la riqueza era necesario la conformación del Estado-nación. Esto implica ser radicales en cuanto a la crítica de lo que hemos entendido, y defendido, como país o Estado. Mientras el Estado-nacion sea la directriz que rija los discursos y planteamientos del nuevo indigenismo, seguiremos dando vueltas sin encontrar la salida al laberinto, pero ir más allá del discurso nacionalista, legalista o constitucionalista, implica precisamente salir de este paradigma que ha dominado por varios siglos.


Posiblemente este salir más allá del modelo del Estado-nación nos coloque en esa transterritoriedad en la que hoy se encuentran los pueblos indígenas, y en ese momento todas nuestras diferencias serán comunes. En el afuera encontraremos la igualdad que no hemos podido construir adentro de algo que ya a todas luces huele a muerto.


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